La pregunta por la vida eterna, que para el hombre de hoy a menudo solo consiste en incertidumbre y vago deseo, se abre, a quien la busca en Cristo, a través de infinidad de puertas: a través del año litúrgico de la Iglesia, a través de la fe, de la oración, de los sacramentos, del sacerdocio, la consagración y el matrimonio, a través de la visión de la creación del Padre, de la redención del Hijo y del cumplimiento del Espíritu. Y el misterio de la vida eterna se le abre al cristiano no solo para que lo contemple, sino para que se lo apropie y lo deje florecer en toda su existencia.